Comentario
A diferencia de los siglos anteriores, la tercera centuria no comienza con un movimiento clasicista, sino con una nueva erupción barroca, anunciada ya desde el año 190 con la Columna de Marco Aurelio. Ello no es de extrañar, dado que Septimio Severo (193-211), el fundador de la dinastía de su nombre, se proclama hermano de Commodo, hijo de Marco Aurelio, y así sucesivamente, hasta Nerva. Africano de la colonia de Leptis Magna (Trípoli), de una familia cartaginesa muy poderosa en aquella comunidad, y a cuyos miembros Trajano había distribuido entre el orden ecuestre y los senadores de Roma, Septimio casó con una princesa siria, Iulia Domna, descendiente de reyes sacerdotes de Emesa, y tan ajena como su marido a las raíces y tradiciones de Roma. El primer objetivo político de la pareja, elevada al trono y sostenida en él por las legiones y nunca por el senado, será mantenerse en él a cualquier precio y trasmitirlo en herencia a sus hijos, Caracalla y Geta. Con este doble patrocinio de un africano y una oriental, el arte romano abrirá sus puertas de par en par a la influencia del Este, que ya era más fuerte en Africa que la de Italia.
Septimio Severo dejó en su ciudad natal un conjunto de monumentos que se han conservado hasta nuestros días mucho mejor que los levantados por él mismo en Roma, que también fueron muchos en su día. No era que Leptis Magna careciese de ellos con anterioridad. Al año 8 a. C. se remontaba la inauguración del foro, y al 1 d. C. la de un magnífico teatro. Del reinado de Adriano habían quedado edificios tan suntuosos como las termas; pero á hora se le ofrecía la ocasión única de crecer. Septimio sentía debilidad por Africa, y los africanos le correspondían con adoración a él y a los suyos. Todas las ciudades experimentaron ampliaciones y mejoras. Cuicul (Djemila) obtuvo un nuevo foro, mayor y más suntuoso que todas las plazas de la ciudad, en el sitio de una importante encrucijada, por la que pasaba la calzada que unía a Cirte (Constantina) con Sítifis (Sétif).